Monday, February 9, 2009

¿DE DONDE VIENE NUESTRA RECOMPENSA?


La lectura de hoy se encuentra en Hechos 14. La Biblia continúa el relato del primer viaje misionero de Bernabé y Pablo. Después de partir de Antioquia de Pisidia, pasaron a Iconio y allí también compartieron el Evangelio, primeramente con los judíos, y luego con los gentiles o griegos. Invirtieron allí buen tiempo llevando a cabo la obra del Señor. Sin embargo, siendo que la ciudad se había dividido entre aquellos que los apoyaban y aquellos que deseaban matarlos, finalmente decidieron partir con rumbo a Listra.


Fue en Listra donde Pablo se percató de un hombre cojo que escuchaba el mensaje del Evangelio. Tanta era su fe que Pablo lo pudo notar y le ordenó que se pusiera en pie. Sin titubeos ni dudas, el hombre se paró de un salto y empezó a caminar. ¡Toda la gente del lugar se maravilló de este milagro! Quisieron entonces adorar a Bernabé y a Pablo. Trajeron toros para sacrificar delante de ellos y otras ofrendas para darles. Los apóstoles se negaron a recibir tal adoración y nuevamente Pablo les habló la Palabra de Dios, pero ellos ya no quisieron escuchar. Al negarse a ser adorados, tomaron ventaja algunos judíos que habían llegado de Antioquia y de Iconio e incitaron a la multitud a apedrear a Pablo. Pensando que estaba muerto, lo sacaron de la ciudad y lo abandonaron. Sin embargo, no faltaron verdaderos creyentes que vinieron al auxilio de Pablo.


¡Qué hechos tan increíbles! Primero, al ver un milagro tan maravilloso, la gente quiso adorar a los apóstoles. Pero cuando ellos se negaron, aquella misma multitud pudo ser manipulada por otros para hacerles daño. Tristemente en la obra del Señor aquellos a quienes Dios usa con poder, tienden a tomarse todo el crédito y se olvidan de reconocer que tales señales no se dan por ellos. Deshonran a Dios cuando se paran el cuello en actitud de orgullo y soberbia. Se olvidan que Dios no comparte Su gloria con ningún hombre.


Que la lección de hoy nos enseñe a mantener una actitud de humildad en todo lo que hacemos. Que aprendamos hoy a dar a Dios la honra que merece por Sus maravillas. Y que aprendamos también a comprender que no nos debemos dejar llevar por las emociones de un pueblo. Al final de cuentas, quienes aplaudieron a los discípulos por unos instantes, fueron los mismos que momentos después trataron de matarlos. Nuestra recompensa nunca debiera provenir de los hombres. Esperemos mejor a que Dios reconozca nuestra labor con un fuerte aplauso del cielo.

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