La lectura de hoy se encuentra en Hechos 24. Pablo ya había sido acusado de profanar el Templo y había sido arrestado para evitar un motín. Félix era el gobernador de aquella región para ese entonces y decidió escuchar el caso que había sido formulado contra Pablo. El sumo sacerdote Ananías llegó a Cesarea con un grupo de ancianos y un abogado llamado Tértulo para que los representara.
Es interesante notar que cuando se le dio oportunidad de hablar al abogado, se deshizo en palabras de admiración por el gobernador. Eventualmente presentó su acusación contra Pablo estableciendo que era “una plaga que por todas partes anda provocando disturbios entre los judíos. Es cabecilla de la secta de los nazarenos. Incluso trató de profanar el templo; por eso lo prendimos.”
Cuando Félix le otorgó la palabra a Pablo, este se defendió estableciendo que en ningún momento se le encontró discutiendo ni promoviendo motines. El había sido arrestado en el Templo después de haberse purificado. Su única intención al venir a Jerusalén era la de ofrecer ofrendas y donativos para su pueblo. Lo que nunca negó es que el adoraba al Dios de sus antepasados. Y dejo bien claro también que la única razón por la que había sido detenido era porque creía en la resurrección de los muertos. Hasta este punto le escuchó Félix y luego dispuso que escucharía el resto cuando hubiere llegado el tribuno Lisias que había arrestado a Pablo.
En varias ocasiones Félix mandó llamar a Pablo para escucharlo, pero su verdadera intención era que Pablo le ofreciera dinero para ser liberado. Tristemente para Félix esto no ocurrió y después de dos años en el poder, fue reemplazado por Porcio Festo sin que Pablo fuera dejado libre.
¡Qué triste es encontrar a este tipo de personas aún hoy en día! Es gente que no está satisfecha con su propia búsqueda de Dios. Son personas que se auto proclaman conocedoras del mensaje divino, pero la verdad que nunca han oído a Dios hablarles. Personas que se han llenado de supuesto conocimiento, pero que en verdad están vacíos y huecos. Estos son los que aún hoy dañan la iglesia y sus ministros. Atacan con ferocidad y sin tocarse el corazón y su única intención es impedir el mover de Dios porque no lo comprenden y no lo aceptan. Pero que Dios nos diera más hombres y mujeres como Pablo que estuvo dispuesto a sufrirlo todo por amor a Cristo. Nunca se avergonzó y aunque sabía que las cosas iban a empeorar para él, no se dio por vencido. ¿Es usted un cristiano como aquellos líderes religiosos? ¿O es usted un cristiano como Pablo?
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