La lectura de hoy se encuentra en 1 Corintios 8. En este capítulo, el apóstol Pablo le habló fuertemente a los hermanos de la iglesia acerca de la libertad que habían obtenido en Cristo.
Había entre la congregación dos extremos completamente opuestos. Por un lado estaban los que creían que en Cristo habían obtenido libertad y ahora podían hacer todo y cuanto querían. Por otro lado estaban aquellos que creían que no se debían contaminar con nada y que la más insignificante falta era razón justa para condenación eterna.
Pablo le enseñó a la congregación que aunque habían sido hechos libres del pecado por medio del sacrificio de Cristo, no debían comportarse como si ya nada importara. Si ellos hacían algo, como comer carne sacrificada a los ídolos, y esto afectaba a algún hermano nuevo en la fe, ellos serían responsables de ese acto. Por el otro lado, Pablo estableció que “un ídolo no es absolutamente nada.” En otras palabras, no debían enfocar toda su atención en los ídolos haciéndolos más grandes que Dios mismo. Ante Dios, aquellos ídolos no eran nada. Por tanto, si Dios había extendido Su perdón, ¿por qué preocuparse por dioses que eran insignificantes?
Sin duda que lo primordial que Dios nos quiso enseñar es que todo extremo es malo. El nos ha hecho libres del pecado para vivir una vida balanceada y cuidadosa. No hemos de hacer cosas que afecten la fe y el bienestar de otros. No hemos de vivir como si aun fuéramos del mundo. No hemos de tomarnos la libertad de participar de todo sabiendo que hay cosas que no nos benefician. Pero tampoco debiéramos vivir poniendo sobre nosotros cargas pesadas e imposibles de llevar. Lo peor de todo es cuando obligamos a otros a llevar estas cargas sabiendo que nosotros mismos no hemos podido.
Dejemos a un lado el libertinaje y también el legalismo. No dañemos el crecimiento espiritual de nadie ni tampoco impongamos cargas que hagan imposible seguir a Cristo. Vivamos sabiendo que a Dios ofendemos o agradamos. Nada más.
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