La lectura de hoy se encuentra en Deuteronomio 10:12-22. Aquí Dios le dio al pueblo de Israel instrucciones para temerle y servirle.
¡Qué impresionante es notar que desde entonces, Dios estableció leyes para cuidar al extranjero! El pueblo de Israel tenía el deber de proveer ropa y alimento a cualquier persona extraña que llegara a ellos. Dios no mandó que los convirtieran al judaísmo o que los obligaran a aceptar su forma de vida. Dios simplemente ordenó que se les protegiera. Pero, ¿por qué? Porque los mismos israelitas habían sido extranjeros en Egipto. Ellos mismos sabían lo que era vivir en una tierra lejana y extraña. Ellos mismos podían recordar lo que era ser diferente a los demás.
Hoy en día, Dios nos ha traído a esta maravillosa nación. Somos extranjeros y en ocasiones somos mal vistos y perseguidos. Pero no podemos negar que hemos disfrutado de las bendiciones que este país otorga. Vivimos bien, comemos bien y ganamos bien. Claro que tenemos que trabajar duro, pero se nos remunera de mejor manera que en nuestros países de origen. Y sea lo que sea, las leyes de este país nos cuidan y se nos extienden las mismas garantías de paz, libertad y el “gran sueño americano.”
Demos gracias a Dios por Su cuidado hacia nosotros. Demos gracias a Dios que El mismo estableció reglas acerca de cómo tratar a los extranjeros. Y si esta nación llegara a fallar en esta obligación, Dios será su juez y demandará de ella. En lo que a nosotros concierne, aceptemos a aquellos que nos son tan extraños. Esto no quiere decir que vamos a vivir como ellos, pero sí los vamos a respetar y a ayudar cuando la necesidad lo amerite. Y más que eso, los vamos a amar y a orar por ellos. A fin de cuentas, estemos donde estemos, este mundo jamás podrá ser nuestro hogar y siempre seremos extranjeros.
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