La lectura de hoy se encuentra en Hechos 17. Aquí se nos cuenta la historia tan distinta de dos ciudades a las que Pablo llegó y la forma en que recibieron el mensaje del Evangelio.
Primeramente, Pablo, Silas y Timoteo llegaron a Tesalónica. Esta era una ciudad que fue fundada por los macedonios y se convirtió en una prominente ciudad costera. Eventualmente cayó en manos de los romanos y llegó a ser la capital de la provincia de Macedonia. Fue aquí donde Pablo, como era su costumbre, visitó la sinagoga y predicó el mensaje de salvación en Jesucristo. A pesar de que varios judíos y gentiles creyeron a su mensaje, no faltaron aquellos que por envidia pagaron a unos maleantes para que causaran problemas y persecución contra Pablo. Fue aquí donde la acusación contra los cristianos fue establecida como, “¡Estos que han trastornado el mundo entero han venido también acá…!” ¡Que acusación tan poderosa! Los mismos incrédulos entendían que el mensaje que Pablo y sus acompañantes estaban predicando era un mensaje que producía increíbles cambios. Que así sea para nosotros hoy la predicación del poderoso mensaje de salvación. Que las gentes, ciudades y naciones tiemblen ante los cambios que produce el pleno conocimiento de Jesucristo.
Debido a este grave problema, los hermanos de Tesalónica mandaron a Pablo y a Silas hasta Berea. Nuevamente, ellos fueron a la sinagoga a predicar. Pero notemos la actitud tan diferente de las personas en este lugar. No se escandalizaron ni se llenaron de envidia. Por lo contrario, comenzaron a estudiar las Escrituras para comprobar si lo que se les había dicho era verdad. Y siendo que la Biblia siempre hablará la verdad de Jesucristo, ellos quedaron convencidos. Tristemente, cuando los líderes judíos de Tesalónica se enteraron que Pablo estaba en Berea, enviaron hasta allá a un grupo de alborotadores y esto nuevamente forzó a los apóstoles a continuar su camino.
Dios quiera que nosotros no seamos como los judíos de Tesalónica. Dios no permita que nos parezcamos a esos alborotadores envidiosos. Pero quiera Dios que seamos como los hermanos de Berea. Que todo y cuanto escuchemos lo pongamos en balanza y lo analicemos a través de las Escrituras. Al ver el final de la historia, los alborotadores de Tesalonica no lograron nada. Pero los hermanos de Berea llegaron a conocer la verdad la cual los hizo verdaderamente libres.
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