Hoy leemos en Lucas 17:1-19 acerca de la historia de los diez leprosos. Hay muchas lecciones interesantes que de aquí podemos aprender. Por ejemplo, la Biblia dice que Jesús atravesó la región de Samaria en su camino a Jerusalén. Sin duda que pudo haber elegido una ruta diferente para así no pasar por esta área en donde habitaban los más consagrados enemigos de los judíos. Pero para Jesús no hay diferencia de personas. El siempre pasa por donde nadie más quiere para ayudar a quienes tanto lo necesitan.
Al entrar a un pueblo, le salieron al encuentro diez hombres con una grandísima necesidad. Los diez estaban contaminados por la lepra. Esta era una enfermedad que comenzaba con la descoloración de la piel del individuo. Eventualmente se formaban unas úlceras que al secarse, causaban que la piel se cayera juntamente con la parte afectada. Esto producía serias deformaciones en la persona ya que podía perder la nariz, los dedos, las manos, las orejas, la mandíbula, etc. Al ocurrir esto, el individuo debía cubrirse por completo para no mostrar sus deformidades. Se envolvían la cara y las manos y esto los hacía fácil de identificar como enfermos. Siendo que la enfermedad era altamente contagiosa, las personas contaminadas debían ser expulsadas de los pueblos. Si entraban a algún lugar público, debían anunciarse como leprosos ya que si no lo hacían corrían el riesgo de ser apedreados. No tenían derecho de ver a sus familias ni mucho menos de presentarse en el templo. Unicamente el sacerdote tenía la autoridad de declararlos limpios y entonces podían reincorporarse a la vida social.
Esto es lo que aquellos hombres enfermos confrontaban. Pero no contaron con enfrentarse con Aquel que todo lo puede. En su terrible situación, habían escuchado hablar de Jesús, el Sanador. Se propusieron encontrarse con El y lo lograron. Antes que Jesús pudiera entrar a aquel pueblo, se interpusieron en el camino y desde la distancia le gritaron, “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” Jesús no los tocó, no oró por ellos, no hizo lodo con su saliva y se los aplicó. Simplemente les dio una orden, “Vayan a presentarse a los sacerdotes.” Lo admirable es que aquellos hombres no dudaron. Inmediatamente obedecieron a Sus palabras. Por el camino, comenzaron a notar cambios. Sintieron el poder milagroso de Dios sobre sus cuerpos quebrantados. Se sintieron libres de aquellos vendajes que por mucho tiempo los había oprimido.
Uno de ellos se detuvo. Se dio cuenta que aquella sanidad no era mera coincidencia ni suerte. ¡Jesús lo había sanado! Sin duda que habló a los demás acerca de regresar al Sanador para darle gracias, pero nadie hizo caso. Pudiéramos pensar en más de nueve excusas por las que esos hombres no quisieron regresar. Pero aquel samaritano, siendo lo que los judíos consideraban lo más vil, sintió la urgencia de regresar para dar gracias a Dios.Hoy, piense en todo lo que Jesús ha hecho por usted. Le ha librado del pecado y la enfermedad. Nos ha permitido volver a reunirnos con nuestras familias que antes habían estado alejadas. ¿No cree que sea tiempo de ser agradecidos? Acuérdese de aquel samaritano. Recibió más grande bendición que los otros nueve.
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