En Lucas 9:37-62, capturó mi atención el hecho de que Jesús descendió del Monte de la Transfiguración para encontrase con un cuadro triste y desesperante. Después de estar en la presencia del Padre, gozando de Su comunión y de la comunión de los santos, Jesús tuvo que enfrentar la realidad de una humanidad llena de imposibilidades.
Los discípulos estaban siendo asediados por un espíritu malo que tenía poseído a un joven. Este padecía de ataques que lo hacían gritar, sacudirse con violencia y echar espumarajos. Sin duda que los discípulos habían pasado bastante tiempo tratando de sanar a este pequeño. Tristemente no tuvieron ninguna efectividad. Pero cuán maravilloso es notar que cuando Jesús llega a nosotros, no importa la imposibilidad que estemos confrontando, El tiene el poder para resolverla por completo. Pero más impactante es notar que el diablo no puede resistir ni siquiera la misma presencia de Jesús. ¡Qué bueno sería siempre habitar en la presencia de Dios! Notemos también que Jesús nunca rechaza a aquellos que le buscan en verdad. El padre del muchacho rogó que le sanara y Jesús lo hizo.
Después de este incidente, encontramos a los discípulos discutiendo acerca de cuál de ellos sería el mayor en el reino de Dios. ¡No pudieron echar fuera un demonio y ya estaban pensando acerca de quién sería el más importante! Aún así, Jesús tuvo gran paciencia con ellos y les enseñó que el menor de ellos vendría a ser el más importante. En otras palabras, no nosotros determinaremos quién sea más importante. Dios se encargará de eso a Su tiempo. Por ahora, vivamos con la inocencia y la capacidad de perdonar de los niños. Aunque nos hagan daño, sigamos amando. Aunque nos desprecien, sepamos que Dios nunca nos abandona. Y aunque seamos insignificantes para el mundo, para Dios siempre seremos los más importantes.
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