La lectura de hoy se encuentra en Exodo 11. Allí se nos cuentan los detalles de la última plaga que Dios envió contra Egipto y el faraón. Mucha paciencia había tenido Dios con este hombre de corazón duro. Cada vez que una plaga llegaba, el faraón aparentaba arrepentirse y ofrecía dejar libre a los israelitas si la plaga terminaba. Una vez que la plaga era calmada, el faraón nuevamente adoptaba su posición inflexible y acababa no dejando libre al pueblo.
En esta ocasión Dios fue más severo y le dijo a Moisés, “Hacia la medianoche pasaré por todo Egipto, y todo primogénito egipcio morirá: desde el primogénito del faraón que ahora ocupa el trono hasta el primogénito de la esclava que trabaja en el molino, lo mismo que todo primogénito del ganado. En todo Egipto habrá grandes lamentos, como no los ha habido ni volverá a haberlos.” ¡Qué terrible castigo! Perder al hijo primogénito, al padre primogénito, a la hermana que nació primero, a la abuela primogénita, etc. Y todo por no querer obedecer a Dios.
Cuando Moisés fue a llevar el ultimátum al faraón, éste no quiso hacer caso. Entonces “…ardiendo de ira, salió Moisés de la presencia del faraón…” ¿Por qué se enojó Moisés? Porque para toda persona que ha conocido a Dios en verdad, nunca debiera haber el deseo intenso de venganza. El amor de Dios debiera ser más grande que nuestro deseo de ver a nuestro enemigo quebrantado.
Hoy podemos aprender que no importa cuánto nuestros enemigos nos hayan maltratado, todavía así podemos demostrarles amor. Nunca deberíamos orar pidiendo destrucción y juicio contra nadie. Dios sabe lo que hace y a Su tiempo dará a cada uno conforme a sus obras. Esperemos en Dios mientras intercedemos con perdón por aquellos que nos han maltratado.
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