La lectura de hoy se encuentra en Hechos 16. Pablo y Silas habían comenzado el segundo viaje misionero, yendo de lugar en lugar, anunciando el mensaje de salvación en Jesús. Pasaron por Derbe y luego por Listra en donde Pablo encontró a un joven llamado Timoteo al cual comenzó a discipular. Sin duda que Pablo pudo recordar que había sido muy duro con Juan Marcos que también era joven y por su inexperiencia e inmadurez había decidido separarse de él durante su primer viaje misionero. Ahora, Pablo encontró a este muchacho al cual llevó consigo. Dios siempre nos hace tomar las lecciones que para El son importantes, esperando que las pasemos con excelente calificación. Pero si no aprendemos la primera vez, nos hará repetir la misma lección.
Después de esto pasaron por Frigia y Galacia teniendo la intención de entrar a Asia a predicar las Buenas Nuevas. Sin embargo, el Espíritu Santo no les permitió llevar a cabo este plan y, habiendo llegado a Troas, Pablo tuvo una visión en la noche en la cual se le apareció un hombre de Macedonia que le dijo, “Pasa a Macedonia y ayúdanos.” Entendiendo que este era un mensaje de parte de Dios, Pablo se fue hasta aquella ciudad. Esto nos debe enseñar que no se trata de cumplir nuestros planes, sino los de Dios. El siempre sabe mejor lo que es más conveniente llevar a cabo. Es bueno hacer planes y pensar en el futuro, pero siempre sabiendo que estos planes están sujetos a cambios y que eso nunca nos debe frustrar o enojar. Dios sabe mejor por qué hace las cosas.
Habiendo después llegado a Filipos, estuvieron allí varios días. Es interesante notar que en este lugar no había una sinagoga, pero aún así, la gente acostumbraba reunirse junto al río. Fue allí donde Pablo y Silas encontraron a algunas mujeres a las que les hablaron acerca del mensaje de salvación. Estas mujeres aceptaron al punto tal que una de ellas, llamada Lidia, les insistió que se quedaran hospedados en su casa. Siendo que ella era vendedora de telas de púrpura, es fácil entender que era una mujer influyente y rica. Se dice que respaldó financieramente el ministerio de Pablo. Pero Pablo nunca le predicó la Palabra interesado en su propio bienestar. El simplemente hacía lo que Dios le había mandado.
En aquel mismo lugar, un día Pablo y Silas comenzaron a ser seguidos por una joven que tenía un espíritu de adivinación. Constantemente seguía a los apóstoles gritando, “Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, y les anuncian a ustedes el camino de salvación.” Yo me pregunto, ¿Por qué se enojo Pablo? La muchacha no estaba diciendo nada malo ni tampoco decía mentira alguna. La cuestión es que los siervos de Dios no necesitan al diablo para hacerles publicidad. Y si usted se da cuenta, la muchacha los anunciaba a ellos como el centro de atención. Nunca es así en la obra de Dios. El único nombre que debe sobresalir y el único en quien la gente debiera enfocar es en Dios y nadie más. Pablo finalmente se cansó de todo esto y reprendió a aquel espíritu malo que inmediatamente salió de la muchacha. Cuando los dueños de esta esclava vieron lo que había pasado, entendieron que ya no había para ellos más ganancias por hacer. Entonces se enojaron y llevaron a Pablo y a Silas delante de las autoridades. Lo curioso de esto es que los dueños no hicieron nada cuando la joven iba tras los apóstoles anunciándolos.
Sin hacer las averiguaciones indicadas, Pablo y Silas fueron desvestidos frente a la multitud y fueron azotados. Finalmente, fueron echados en la cárcel. Al carcelero se le dieron claras instrucciones de ver que estos presos no escaparan. Lo que atrae mucho mi atención es que Pablo y Silas no fueron a la cárcel quejándose ni reclamándole a Dios. ¡Se pusieron a cantar alabanzas! Con tanto dolor que debían sentir y todavía así, prefirieron cantar. La Biblia relata que a la medianoche hubo un gran terremoto que sacudió los cimientos de la cárcel. Es muy interesante notar que las puertas de aquel lugar se abrieron y las cadenas de todos los prisioneros se soltaron. Sin duda que la actitud de adoración de los apóstoles hizo descender la misma presencia de Dios. Y se cumplió la Escritura cuando dice, “Donde está el Espíritu de Dios, allí hay libertad.”
El carcelero se sintió aterrado, pues era costumbre que el pagara con su vida por cualquier prisionero que escapara. Al observar que las puertas de la cárcel estaban abiertas, tomó su espada para matarse. Pero Pablo le gritó pidiéndole que no se hiciera daño alguno ya que todos los prisioneros estaban allí reunidos. Fue entonces que el carcelero fue impactado por el poder de Dios y pidió instrucciones para ser salvo. Esa misma noche fue bautizado con toda su familia y cenó juntamente con Pablo y Silas. Cuando ya hubo amanecido, las autoridades de la ciudad mandaron a sacar a los apóstoles de la cárcel. Ellos se rehusaron a salir reclamando sus derechos como ciudadanos romanos. Cuando las autoridades oyeron esto, se espantaron ya que estaba prohibido azotar a un ciudadano de Roma. Los azotes y la humillación pública estaban reservados únicamente para los esclavos y los criminales. Sin embargo, Pablo y Silas no habían cometido ningún delito. Fue por esto que las autoridades de la ciudad insistieron con mayor esfuerzo a que ellos salieran de la cárcel y abandonaran la ciudad. Pablo y Silas lo hicieron, pero no sin antes pasar a casa de Lidia y consolar a los hermanos.